Hay quien dice que Internet provoca un efecto negativo en nuestro cerebro. Hay quien asegura que este es el primer producto técnico que causa más daños que beneficios a en toda la historia. Los hay quienes ponen pegas de todo tipo: al haber enlaces para todo las personas pierden capacidad de concentración, aquel dicho tan conocido de “quien mucho abarca poco aprieta” (en términos de nuestra capacidad para procesar información), que regiones de nuestro cerebro revendrán hasta alcanzar la crisis de nuestras actuales capacidades (es decir, que nos atontaremos, dicho mal y pronto), que nuestra creatividad se va a ver reducida a cenizas (porque según ellos los libros facilitan el pensamiento abstracto, mientras que Internet no lo hace)… En este párrafo no puedo más que citar a Nicholas Carr, crítico de la red, autor de “The Shallows: What the Internet Is Doing to Our Brains”, quien se posiciona a favor de la defensa de las desventajas de Internet, dejando a un lado toda ventaja que este pueda tener.
Empresas multinacionales como Intel han establecido el programa Quiet Time, para que los trabajadores tengan un tiempo de reflexión e introspección en lugar de usarlo, por ejemplo, para responder e-mails.
Es innegable todo el tiempo que a veces Internet nos hace perder. No podemos negar que nos pasamos horas leyendo nuestro correo diario, escribiendo nuestras vivencias en estados o entradas de blog, consultando y buscando información para nuestras adoradas prácticas habituales e incluso enterándonos y comentando la vida del vecino de aquí y del de más allá en las diversas redes sociales entre las que navegamos.
Podríamos de igual forma añadir que es posible que ya no prestemos la misma atención que antes a la información, quizá por eso de la “sobrecarga”, o porque ahora se ha vuelto un fenómeno en progresivo crecimiento el uso de la técnica del “copia y pega” que todos conocemos, en lugar de comprender y aprehender el texto en sí.
Ahora somos “más vagos”, porque buscamos en fuentes a las que accedemos de forma fácil y rápida, y no tenemos que pensar para ello. Y qué decir de la sana costumbre de hablar de viva voz, que se ha convertido en una cómica interactuación virtual a través del chat de tuenti, facebook o twitter. Nuestra paciencia también se va agotando debido a la gran velocidad de nuestro actual adsl, lo que nos desacostumbra de las largas esperas que debemos soportar para otras cosas de esta nuestra vida.
Sin embargo, y a pesar de todo pesimista negacionista de la tecnología, el uso que demostremos hacia Internet depende siempre de nosotros, los responsables de nuestra vida y nuestro tiempo, por lo que nosotros decidimos qué hacer con él y cómo utilizarlo. Es una herramienta que como todo tiene sus puntos en contra, pero los que tiene a favor, según mi parecer, tienen un peso mayor, pues además de la información que nos ofrece Internet podemos contar que gracias a él, por ejemplo, obtenemos un mayor conocimiento léxico y ortográfico, que la riqueza cultural que se sitúa ante nosotros es totalmente ilimitada, y que, ante todo, gracias a él somos más independientes, pues no necesitamos que intermediarios se hagan cargo de asuntos que podemos hacer por nosotros mismos.
Y por si queda alguna duda, de todas formas existen estudios que revelan que nuestro cerebro se moldeará para poder adaptarse a las nuevas tecnologías, como siempre ha ocurrido en la evolución humana. Por todo ello,
¡Larga vida a la república independiente de Internet!